Hacía mucho tiempo quería escribir este post, pues se trata de una reflexión con la que he vivido los últimos años y que he ido trabajando en la práctica de manera más consiente. La tengo presente la mayor parte del tiempo por la cantidad de cosas que leo y/o escucho en un día cualquiera y cada que lo analizo caigo al mismo punto.
Estoy segura de que conformaríamos una mejor comunidad humana, si nos miráramos más a nosotros mismos y nos dedicáramos menos a calificar, juzgar, criticar o etiquetar a los demás. Yo sé que la mirada, física y naturalmente, está puesta para ver hacia afuera, es decir, nuestro entorno es lo primero que sensiblemente somos capaces de apreciar, incluso el hombre ha creado objetos como el espejo o la cámara fotográfica para poder observar nuestro reflejo. Sin embargo, mirarnos a nosotros mismos puede significar el acto de designar más energía a conocernos a nosotros, a escucharnos, a mirarnos, pues empezar a ser conscientes de quienes somos, nos ayuda a trabajar con nuestra propia paz, felicidad y a sentirnos armónicos en el mundo.
Queremos un mundo que sea diferente, el ideal que tenemos cada uno en nuestra cabeza, y por tanto, pretendemos cambiar a quienes habitan en él, cuando en realidad sería de mayor beneficio trabajar en ser lo que queremos ser para nosotros mismos y para nadie más. Dejemos de voltear a los alredores con el fin de señalar y mejor hagámoslo con el fin de empatizar y solidarizarnos con los demás. Porque muchas veces la manera en la que percibimos el mundo o nuestra vida, es equivalente a la manera en la que nosotros nos sentimos en él; y empezar a sentirnos bien con nosotros mismos, es el principio de nuestro enamoramiento hacia la vida... o al menos, así es como me lo ha hecho saber.
Scarlet.