El día comenzaba a despertar, 7:00 am en el Bejuco.
Cambié lo estático por el
movimiento, la computadora por la cámara, el piso por la arena, el techo por el
sol y el aire acondicionado por el viento. Mi oficina se había transformado esa
semana y estaba feliz con la idea; sin duda, la nueva oficina era mucho más rudimentaria,
pero divinamente genuina, así como prefiero.
Era un lunes, recién
comenzaba la semana y yo junto con ella. En ese momento me encontraba en mi
ritual de transformación física para dar el noticiero matutino - y le llamo así
porque de verdad siento que el poder del maquillaje y el peinado son más
fuertes de lo que se pueda ver por fuera. Me hacen sentir que me alejo de mi
por un momento, que me convierto en otra persona, en alguien que cuando lo veo
al espejo no tiene mucha relación con lo que guarda adentro; es algo diferente
a lo que acostumbraba, pero ya hasta disfruto jugar con toda esa magia –
entonces estaba en ese lapso cuando, de pronto, me acercaron el teléfono. ¡Una
llamada para mí! Era mi jefe - ¡por fin! - quería hablar con él y preguntarle
sobre algunas cosas que necesitaba para continuar con mis labores.
Pasamos varios minutos
colgados al teléfono, entre indicaciones y propuestas, todavía recuerdo la prodigiosa sensación que
experimenté cuando articuló una palabra de cinco sílabas: “Des-em-pól-va-te” - así
como en cámara lenta- me dijo cuando me dio la oportunidad de ser testigo del
nuevo fenómeno artístico que ya se desencadenaba en el Bejuco, un poblado de la
costa michoacana que había permanecido bajo las sombras del agobiante ruido de
la nada y que pasaba cada día dedicando su belleza al mundo, pero sin ser
reconocida ni contemplada por nadie.
Hacían falta testigos, exploradores,
descubridores, artistas y emprendedores para dar a conocer el sortilegio que
envuelve a este lugar. Los conocí a todos, sin dejar de admirarme por el
compromiso social que cada una de estas personas tiene por impulsar el
desarrollo cultural y turístico de esta comunidad, abandonando el interés por
obtener los típicos beneficios materiales que tanto enloquecen al mundo,
únicamente dejaban al desnudo la satisfacción que poseen por compartir y ser un
agente de cambio. Así… sin más.
Fueron cuatro los días que
estuve en este poblado, documentando la conversión al color que vivía el Bejuco
en cada una de sus fachadas. Eran 16 los artistas que recibimos, la mayoría de
ellos provenientes de la ciudad de México, otros de Morelia y un par de Colombia.
Una explosión de pintura y energía creadora estaba a punto de esparcirse por
cada rincón, grano de arena y molécula de agua.
Pocos saben del vigor que
estimula a las almas creativas, el sentir el cálido aliento del sol, las
cosquillas de la brisa, el desenfado del viento y el olor a tropical bajo una
atmósfera de color apasionado.
Cada mañana, tarde y noche
nos reuníamos todos en el comedor de doña Iris para saborear sus platillos – y más
vale que no olviden su nombre, porque ella y todos los dedicados al arte
culinario del Bejuco son unos grandes maestros de la gastronomía costera- mientras
la convivencia entre las almas jóvenes era desbordante. Realmente lo disfrutaba
y sin pensarlo estaba teniendo la vida que buscaba. Todo se conjugaba en aquel
momento.
Tenía al frente el océano como
una pintura infinita y viva, me dejaba inspirar y aprender de otros artistas,
mientras conocía y compartía con niños, adultos y gente mayor, respirando la
pureza de ellos, y lo mejor de todo era que traía a mi mejor cómplice para
registrar lo descubierto: mi cámara. Cada día me convertía en una afortunada.
Escuché varias historias con
diferentes voces, conocí el compromiso y la solidaridad con diferentes matices,
pertenecí a otra comunidad que vive con más bondad la esencia de la vida, vi
otras combinaciones de colores y geometrías, gocé de los sabores y me volví
parte de un auténtico proyecto que, sin duda, seguirá latiendo cada vez más
fuerte.
Para los días 24, 25 y 26 de
octubre estamos preparando el siguiente festival de policromía en el Bejuco
Michoacán, pero en esta ocasión combinaremos el arte urbano con la música,
competencias de boogieboards, rallyes de BWS y muchas otras sorpresas. No puedo dejar de mencionar mi más grande
admiración para la gente de la televisora michoacana Nuestra Visión que ha impulsado esta grandiosa labor social y que actualmente,
funge como organizadora y patrocinadora oficial de toda esta revolución de
color.