jueves, 10 de abril de 2014

El rompecabezas más bonito.


Fotografía por: Aaron Kintzi.

Este texto lo escribí camino al aeropuerto de Barcelona. Iba pegada a la ventana sintiendo el fluir de estas sensaciones.

Todavía sigo sorprendiéndome por la rapidez con la que el ser humano puede adaptarse a diferentes condiciones, atmósferas y contextos. Cada vez que llega la hora de partir de una ciudad a otra, me doy cuenta de que estuve viviendo tan familiarizada con todo lo que me rodeó, que incluso puedo experimentar el sabor amargo de las despedidas y palpar la melancolía de dejar todo atrás para continuar. Es como si el mundo se resumiera a Barcelona, o el lugar que dejo, y no existiera ningún otro lugar en el mundo, simplemente porque no lo pienso, sólo vivo al día en el lugar que estoy, sin estar consciente que hay un mundo afuera de mi burbuja: lejos de mis sentidos. Y creo que lo mismo pasa cuando vivimos ensimismados en la cotidianidad, nuestro mundo se resume a lo que vivimos día con día, no hay más, puede ser el trabajo, la familia, nuestras relaciones, entre otros...

El punto es que tenemos que salir y dejar la zona de confort para descubrir esas realidades que están alejadas de la nuestra, y así abrir la mente, los ojos y el corazón hasta que todos esos pedazos de realidad que vas palpando entre sitio y sitio se vayan acumulando, uniendo y relacionando hasta ir abarcando franjas más grandes de mundo y aprendizajes, como en un rompecabezas. Con cada pieza unida la una a la otra, vas extendiendo tus alas, tu horizonte, tus ideas y tus sentimientos.

Scarlet.

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