lunes, 9 de enero de 2012

El mejor obsequio que alguien tan especial pudo darme.


-¿Sabes de quién era esta cámara hija?- me preguntaba mi abuela mientras yo seguía con los ojos sumergidos en cada detalle de esta presea.

-!No!- respondí rápidamente intentando dar paso a su respuesta.

-¡Era mía!- expresó orgullosa y sabiendo que su corta contestación surtiría efecto en mi delirio.

(El tiempo se detuvo)

Habrán sido algunos largos segundos los que me quedé sin poder articular una sola palabra, mientras me preguntaba:

" ¿Qué hacía mi abuela alrededor de los años 50´s con una cámara como esta?"

Me llené los sentidos imaginando el placer que debía significar, en aquel contexto, poder tener una cámara instantánea, gozar la oportunidad de congelar los segundos, las formas y las historias, debía parecer un sueño.

Todavía no soy capaz de dejar de maravillarme con creaciones tecnológicas que nos brinda la época; ni de las cámaras, ni de la naturaleza, ni de la vida, ni de nada de lo que veo.

No paraba de crearme una película en mi cabeza con escenas granuladas en sepia; éramos la cámara y yo, recorriendo pasajes florales, deteniéndonos a robar la sonrisa de un pequeño niño con la boca, dulcemente, embarrada de algodón de azúcar. Se trataba de un lugar donde el fin no se hacia presente.

Mi abuela alcanzó a percatarse de que permanecía deambulando mentalmente sin dejar de sostener la cámara, y en un intento emocionado por regresarme de mi travesía añadió:

-Me la regaló mi primer novio, por ahí del 49, era muy espléndido él- su mirada permanecía enamorada en el recuerdo. Estaba fascinada, jamas imaginó el placer de poderme compartir esta historia: su historia.






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